viernes, 16 de septiembre de 2011

LA SUERTE DE LA POLIO



Escrito por Pablo Tatés

Uno de los últimos sobrevivientes de la polio cuenta cómo vive.

El sudor de sus manos le dificultó aferrarse con fuerza al mango de sus muletas. El dolor en los músculos de sus brazos le desfiguró el rostro en una mueca lamentable. Llegó el momento inevitable: su cerebro, sin el permiso y la voluntad de César, ordenó a las extremidades rendirse.

César vio a la ciudad moverse como si un cataclismo la sacudiera y en cuestión de segundos cayó confusamente al pavimento.

Los taxistas, los empleados públicos, los que acuden a él esperanzados en cambiar su vida con un golpe de suerte corrieron para ponerlo en pie, como si de un preciado amuleto se tratara.

No había más que hacer, las piernas de una de las últimas personas con poliomielitis en el país habían empezado a fallar.

El viaje
El estribo del bus se detiene a la altura del pecho de César Benítez, de 50 años. El lotero no puede hacerle perder el tiempo al controlador, así que inmediatamente le pasa las muletas y luego se deja levantar para poder viajar en el transporte.

Son las 07:00, César lleva en el estómago un pan barato remojado con café en agua. Su travesía para asegurarse el pan del siguiente día comienza en el barrio de La Manuelita, cerca del sector de La Ecuatoriana, en el sur de la ciudad.

César ocupa un espacio de la Plaza Grande. No puede moverse de su lugar de trabajo. Taxistas y empleados públicos saben el sitio fijo donde pueden encontrarlo sentado ofreciendo los millones del Loto, la suerte de La Raspadita y la alegría de El Pozo.

Para César, los millones que ofrecen los premios de lotería son un mero juego de números e ilusiones que no cuadran con su realidad.

El lotero asegura que la venta de un guachito le deja cinco centavos de ganancia, el Loto tres, El Pozo 6 y La Raspadita 4 centavos. De centavo en centavo puede ganar hasta 20 dólares a la semana, que los gasta en arroz, café, fideos, huevos y pasajes. No hay para más.

El almuerzo en la jornada de trabajo depende de la voluntad de los amigos. Y claro, cuando no hay nada ni nadie que le brinde algo, se aguanta hasta la noche para comer en su casa el arroz y la sopa de fideo que su madre, una anciana de 82 años, le ha preparado.

Y el problema es que en la casa de César no hay quien más ayude. Las tres hermanas están casadas, se fueron a vivir con sus maridos.

El hermano que es mecánico gasta su tiempo y dinero en el alcohol, y para rematar, el que manejaba un transporte interprovincial quedó postrado, luego de sufrir un accidente, a raíz del cual debieron amputarle una pierna.

La polio
Hace mucho que los médicos ya no ven casos como el de César en el país, la poliomielitis se erradicó en 1990, sin embargo César es uno de los últimos testimonios vivos de una historia marcada por la discriminación.

"No me querían dar trabajo en ningún lado", dice César quien no encontró otra opción que vender todo tipo de cosas en la calle desde que tenía 10 años.

Solo en el Oriente consiguió empleo en una radio, debía poner discos desde las 23:00 hasta la 06:00, el trabajo era sencillo y lo hacía a cambio de tener donde alojarse y comer.

Desde que tiene uso de razón César usa muletas. No quiso limitarse por ello y se metió a estudiar electrónica. Pero la falta de dinero para poder estudiar y la tembladera de sus manos producto de sus nervios destrozados lo hicieron desistir.

De amores casi no se habla. En el Oriente conoció a una vecina, era la típica muchacha que pasaba con sus amigas y que luego acompañó a César a vivir en Quito. Seis años pasó con ella, fue su única mujer, hasta que se fue.

"¡Vamos a comenzar con usted la venta loca!", le dice César al primer comprador de lotería, se santigua con el dinero y lo guarda.

César debe vender todos los billetes y suertes de lotería, pues por ser un comerciante menor no tiene el chance de hacer devoluciones.

¿Juega a la lotería?, le pregunto. "No hay dinero para eso" y las veces que se ha quedado con algún sobrante, naranjas. Si no vendo, pierdo, dice César sin suerte.